He de confesar
que he buscado en mucha bibliografía el significado, o al menos el origen, de
la denominación “Randurías”, que se da a esta fuente en el paraje y paseo del
mismo nombre, a la vera del río Palancia, en Jérica, provincia de Castellón.
Y la verdad es
que solamente he hallado un comentario al respecto en un trabajo sobre los
topónimos, en el que se comenta que probablemente “Randurías” tiene su origen
en los materiales férricos que se hallaron por los árabes en los alrededores de
la actual fuente.
Sea como
fuere, adelanto que la zona de Randurías, en Jérica, es al presente un bonito
jardín bordeando el río Palancia, en uno de cuyos extremos se halla la fuente, y que dispone de una amplia
zona para disfrutar del aire libre, con mesas y bancos de piedra, una caseta de
buen tamaño para preparar comidas a leña, y un restaurante de amplia terraza,
que siempre brinda la posibilidad de las bebidas y comidas necesarias.
Claro, que el
agua, lo mejor, hay que degustarla desde la fuente de Randurías, ya que, pese a
que se diga que es “incolora, inodora e insípida”, se nota una especie de sabor
a pureza y un toque de frescura, refrescante por demás, cuando se bebe.
En un domingo
cualquiera hemos acudido desde Valencia hasta Jérica, y después de aparcar en las
amplias zonas junto al restaurante, y “cargar” energía en éste con un buen “carajillo”,
iniciamos la ruta hacia Viver, más concretamente hacia las Cuevas y el paraje
del Sargal.
Pasando la
fuente y siguiendo por la zona de fuegos para cocinar a leña, se llega a un
sifón o cascada junto al cual discurre una rampa empinadilla que conduce a la
calle o carretera situada en un plano superior, por la que después de caminar
unos doscientos metros se halla a la izquierda un camino de tierra que se adentra en los
campos (algunos sin cultivar y otros yermos) y va siguiendo más o menos las
zonas de cañares y de tupida arboleda que denotan el cauce del tío Palancia.
Llama la
atención una especie de elemental “granja” o criadero de perros, en el que,
rodeados por una valla metálica, hay algo así como una docena de canes,
vigilantes y ladradores a quienes osan pasar por el camino frente a ellos.
Ese camino llega
en un momento a tomar sentido bastante ascendente, pero tienta a la izquierda
una senda que se ofrece limpia y denota ser bastante frecuentada, que optamos
por seguir para evitar la subida. Aunque esa senda comenzó a presentar cambios
de nivel estrechos y de alguna dificultad, que requería el apoyo en los
bastones. Pero al fin desembocó en una carreterita con restos de asfaltado, que,
ahora sí, subía en pendiente señalada, como yendo en dirección a la población
de Viver, que se vislumbraba no muy lejana, por en medio de campos de castaños,
olivos, almendros y algarrobos, adornados de esas florecillas deliciosas –especialmente
amapolas— que inundan de belleza los campos en la primavera.
Ese camino
llega a un cruce en el que se adivinan señales indicadoras de itinerario, y
siguiendo la carretera que baja hacia el río, se va comprobando no solamente el
incremento de la vegetación sino el aumento de la pendiente, claro vaticino de
que nos vamos aproximando a la corriente agua.
De esta guisa,
después de más o menos unos ochocientos metros en pendiente (ahora hacia
abajo), alcanzamos la ribera, en la que el murmullo de las aguas del Palancia
que se nos ofrecen juguetonas y cristalinas, invitan a llegar a una de la
fuentes que hay en la cercanía. Pero comprobamos que por la carretera ya
llegada hasta casi las aguas pasaban varios coches que seguían adelante, lo que
nos hizo pensar, con razón, que si seguíamos la rurtta llegaríamos al paraje de
El Sargal, del término de Viver, y así fue.
Una vez
sobrepasado el monolito que anuncia las Cuevas del Sargal, se vislumbran sobre nosotros
esas cuevas y las sendas o itinerarios para recorrerlas, pues
ya sabíamos de su valor arqueológico, aunque desistimos de ello, porque queríamos
regresar a Jérica no demasiado tarde.
Pese a todo,
llegamos al paraje de El Sargal y hallamos un área recreativa bastante cuidada,
con fuentes y canales a uno de sus lados y una amplia y verde explanada bajo
los eucaliptos y pinos, que llegaba hasta el río, en la que había mesas y
asientos de mampostería, y más adelante, en la especie de lago o recodo que forma el
río, además de un sonoro salto de agua, se comprueba
que existe una construcción para la cocción a leña de alimentos.
que existe una construcción para la cocción a leña de alimentos.
Bello paraje,
que no dejó de sorprendernos, y que estaba bastante concurrido por familias con
niños, además de senderistas como nosotros mismos.
Un trago de
refrescante agua desde uno de los caños de las fuentes nos permitió un corto reposo
en uno de los asientos, contemplando la belleza de la zona (digna de volver a
ella para pasar el día).
Y emprendimos
el regreso hacia Jérica y Randurías, con el calor apretando un poco más, pero
especialmente sufriendo la señalada pendiente que llevaba hasta lo alto de la
ribera. Un kilómetro, más o menos, incómodo hasta la disnea.
Pero seguimos
y desandamos la ruta de venida, satisfechos de haber gozado de las bellas
riberas del Palancia, para, una vez en Randurías, reponer fuerzas en el bar
restaurante de la zona y comentar lo agradable que había resultado la caminata.
Habían sido
unas cuatro horas de interesante ejercicio y goce de bellos parajes.
Recordamos a
nuestra conocida Manoli, la concejal de
turismo de Viver, de quien ya narré que en la misma plaza del ayuntamiento de
esta localidad, nos brindó amplia información sobre los atractivos de la zona,
lo que nos ha permitido volver a visitarla varias veces.
Y, repuestas
las fuerzas, por la autovía A-23, la llamada “Mudéjar” nos volvimos a casita
para seguir aprovechando el día de descanso.
Bonita
excursión que esperamos repetir y que sugerimos a quien esto lea.
SALVADOR DE
PEDRO BUENDÍA
No hay comentarios:
Publicar un comentario